Trallero Reiser: Una macabra coincidencia
Estamos en la ciudad de San Francisco, y corre el año 1.858. Época del Salvaje Oeste, con tipos duros, o sencillamente temerarios, buscando fortuna y dinero rápido. En el salón Bella Union, cinco jugadores están jugando una partida de póquer cubierto. Llevan muchas horas sentados, han bebido mucho whiskey, y la diosa fortuna ha hecho que mucho dinero cambie de manos.
Robert Fallon está en la partida desde el principio. Había emigrado desde el condado de Northumberland, en la lejana Inglaterra, en busca de una vida mejor, lejos de la pobreza de aquel entorno rural, y en busca del oro, del sueño americano. Las cosas se habían torcido en aquella tierra de las oportunidades, y Robert no encontró la suya. Ahora se estaba jugando la vida en aquella peligrosa partida, buscando dinero rápido para acercarse a su sueño.
-Voy con todo -dijo Robert.
Su rival le mira fijamente a los ojos. Tiene una escalera de 8 a reina. Está convencido de que no puede perder.
-Lo veo -dice tirando 150 dólares al centro de la mesa, y esgrimiendo una sonrisa, sabiéndose ganador.
Los jugadores giran sus cartas al mismo tiempo. El rival de Robert enseña su escalera, y Rober enseña... ¡cuatro reinas y un 7! Aquí ya no puede pasar nada bueno, estamos en el Salvaje Oeste, y aquello hace explotar la tensión contenida.
-¡Estás haciendo trampas!
-¡Lo sabía desde el principio, registremos a este tramposo!
Dos de los jugadores de la mesa registran la ropa de Robert. Encuentran cartas escondidas en sus mangas, su pantalón y sus botas. La cosa pinta muy mal para un tramposo.
-¡Démosle una lección!
-¡Ha querido quedarse con nuestro dinero!
A Robert no le da tiempo a decir nada para intentar que se apiaden de él. Uno de los jugadores, al que más dinero le había ganado durante la partida, se ha levantado de la mesa, y sin articular palabra, le dispara en el pecho. Robert cae al suelo de manera fulminante. Está muerto.
-¿Qué hacemos con él?
-Meted el cadáver de ese tramposo en la trastienda hasta que llegue la policía -dice el dueño del salón.
Los jugadores arrastran el cadáver de Robert hasta la trastienda y lo arrinconan contra unas cajas. Estamos en 1858, y esto no es algo fuera de la norma en las partidas de póquer. La gente que juega sucio y es descubierta suele acabar así. La partida tiene que continuar.
-Había 600 dólares en el bote, ¿qué hacemos?
-Yo no lo quiero... ese dinero está maldito.
-Yo tampoco quiero tocar el dinero de ese tramposo...
-¿Y si le decimos a alguien que se siente en su silla?
-¿Alguien quiere sentarse en esta silla a continuar la partida? -vocifera uno de los jugadores a los clientes del salón.
Nadie quiere sentarse en esa silla. Esa silla estaba maldita, decían aterrados los clientes del salón. De repente en el local, irrumpe un joven sediento de whiskey.
-¡Eh, tú! ¿quieres ganar un dinero fácil?
-¿Cuánto dinero?
-600 dólares más lo que ganes, sólo tienes que continuar una partida de póquer, ¿sabes jugar al póquer?
-Sí, sé jugar, mi padre me enseñó.
-¡No lo hagas! -dice uno de los clientes. ¡Esa silla está maldita! ¡Arrastrarás contigo la mala suerte del desgraciado que la ocupó antes!
-No creo en esas historias, no soy supersticioso. Acepto.
El nuevo jugador se sentó en la silla maldita y continuó la partida de Robert. Una buena racha de cartas hizo que subiera los 600 dólares hasta los 2.200. ¡Y aquellos supersticiosos que le decían que la silla estaba maldita!
De repente, irrumpió la policía en el salón. No eran especialmente rápidos, habían pasado casi 3 horas desde que Robert había muerto. Fueron a ver el cadáver, lo registraron, tomaron unos papeles que llevaba encima, y fueron a hablar con los jugadores.
-¿Qué es lo que ocurrió?
-Aquel tipo estaba haciendo trampas -dijo un jugador.
-Sí -continuó otro. Llevaba haciendo trampas desde el principio, ganaba de una manera muy extraña. Hasta que en una mano salieron 5 reinas en la mesa y lo vimos claro.
-En seguida se puso nervioso, y lo registramos. Llevaba cartas escondidas en la ropa. ¡Nos había estado engañando!
-Bién, ¿y quién le disparó?
-Fui yo -dijo el asesino. Hizo el amago de sacar un arma, pero yo fui más rápido y le disparé en el pecho.
-Fue en defensa propia, entonces, ¿todos lo vieron?
-Sí, todos lo vimos -dijeron casi al unísono, mintiendo.
-De acuerdo, ¿y su dinero?
-Eran unos 600 dólares, nadie los ha querido, es dinero maldito.
-¿Y quién lo tiene?
-Lo tengo yo -dijo el recién llegado jugador.
-Tienes mucho más de 600 dólares, hijo.
-He tenido una buena racha, deben haber aquí más de 2.000.
-¿Has estado jugando con el dinero del muerto?
-Sí, no soy supersticioso, no creo en esas historias de viejas.
-Me temo que tendrás que darme los 600 dólares de ese pobre desgraciado, hijo. La ley dice que tenemos que entregar las pertenencias de los fallecidos a sus parientes más cercanos, y aunque hubiera hecho trampas, el dinero era suyo.
-De acuerdo, aquí tiene el dinero que había cuando llegué a la mesa. Por cierto, ¿quién era el pobre diablo?
-Llevaba encima su partida de nacimiento. Se llamaba Robert Fallon, y había nacido en Inglaterra, en Northumberland.
De repente, el rostro del recién llegado jugador empalideció.
-¿Le conocías, hijo? -dijo el policía.
-Es mi padre. Hacía siete años que no sabía nada de él.
En silencio, el policía vuelve a dejar los 600 dólares en la mesa, y se marcha del salón sin mirar atrás, mientras escucha el llanto desconsolado del joven.
Basado en una anécdota del libro "Ripley's Giant Book of Believe It or Not", de Robert Le Roy Ripley.